“Me gusta trabajar en la mesa de la cocina, hace años
que le doy al bolígrafo en la mesa de la cocina”.
ANTÓNIO LOBO
ANTUNES
Hoy es sábado.
Es un tiempo solo mío,
me pertenece
hasta la hora en que los demás
se levantan.
Estoy en la cocina.
Preparo mi desayuno
con frutos secos, avena, miel, chocolate, leche…
Lo tomo con gusto,
soy golosa.
Después, limpio la mesa y la lleno de libros,
poetas admirables,
de lápices, bolígrafos y papeles.
Leo, subrayo, me intereso,
me emociono,
paladeo versos,
me sumerjo en el gozo
y me permito alternar con los grandes.
Luego siento la necesidad de transcribir
lo intangible, lo que me une a ellos.
Acerco una hoja en blanco
y levanto la mirada en completo silencio,
me adentro en la oscura caverna del ser
buscando el resorte que prenda la luz.
Y brotan de la fuente secreta
deseos, sueños, algún desencanto,
retazos de vida…
Mientras caen sobre mí pétalos amarillos.
(He vivido
momentos inolvidables:
emociones, fulgores,
palabras que me transportan, me traspasan,
me invaden, me buscan, me encuentran…
He descubierto pozos sin fondo:
vida floreciente más allá de lo visible).
Y el tiempo pasa rozándome
como un ala.
Después,
tomo el tensiómetro,
lo fijo en la muñeca y pulso el botón.
Espero…
Suelen aparecer unos números que me tranquilizan,
y me pregunto si son buenos los versos
para tratar la hipertensión.
Aquí, en la mesa de la cocina,
en mi universo,
me siento en paz.
(27/10/07)
LAURA MONROIG