Esa mujer
que dormía en los tejados
sueños lisos
de alfombra y optimismo,
la mujer de por
ti,
de
ti,
para
ti,
la misma que ahora desteje
-Penélope impávida y sin respuesta-
el dulce abismo que la atenaza.
Sí, esa mujer de ojeras inconclusas,
con viento en los arcenes
y pálido nihilismo
¿la recordáis en las aceras
vendiendo naranjas
con el rostro de máscara
y simétricas costuras?
Ahora labios y aristas son palabras
gramaticalmente impecables
como el sordo rumor que se diluye
con un umbral imperceptible
entre las sábanas blancas
de insólito nepotismo.
Y esa mujer,
la que bebía en la boca
de todos los comensales
-hetaira conversa
a la ortodoxia bizantina-
relame en sus heridas
el óxido que el tiempo
nos deja como prenda
con sus labios como aristas,
sus espinas como labios.