EL
FUEGO DE CADA DÍA (i)
“Fuego entre dos noches, el misterio de la poesía
fluye en el agua
de la página. El lenguaje, parpadeo del tiempo, abre
los ojos del
silencio”.
Octavio
Paz
“Pero los
versos, oh, Degas, no se hacen con ideas sino con
palabras”,
le decía Mallarmé al pintor, que quería hacer versos
en su
tiempo de ocio “porque ideas no le faltaban”.
Gonzalo
Rojas afirmaba que “escribir es el ejercicio de decir
el
mundo”, “tiene como fundamento la palabra” y también que el
poeta
“sabe que él es palabra”. La inspiración creadora sopla y lo
mueve
todo; la poesía es praxis- para conocer y transformar- que
hace
más habitable el mundo. Johannes Pfeiffer, en su libro ya
clásico
“La poesía”, añade que ésta es ése “modo de verdad [que]
se
ha vuelto realidad en el encanto de la forma.”
El
poeta es “capaz de transformarlo [el lenguaje], crearlo,
recrearlo,
incluso, destruirlo y borrarlo, en tanto que imagen y
signo…hasta
llegar a la página en blanco”, afirma Rocío Durán-
Barba
en “Poesía ante los abismos del
mundo –poesía y política”
(2015).
Fue
Mallarmé quien dijo que la palabra poética debe ser “el
vocablo
que conmueva”, y ahí viene lo que ello implica: desborde,
entramado
conectivo, intersticio, complejidad, activismo,
sacudimiento,
conmoción y emoción.
Un
principio guiaba a Octavio Paz: la palabra del poema aspira
a
decir lo que nadie puede decir. El lenguaje busca el intersticio y,
en
esa vacilación, obtiene el fuego de la poesía. Y su búsqueda
provoca,
ineludiblemente, un retorno al silencio. “En la imagen
poética
arde un exceso de vida, […] tiene sentido hablar de un
lenguaje
caldeado, fogón de palabras indisciplinadas donde se
consume
el ser, en una ambición casi alocada por promover un sermás…”
escribía
Gaston Bachelard (1938) cuando planteaba la Poética
del
fuego. El fuego y deseo de conseguir ese ser-más, mueve
a
la acción y la conmoción al poeta, como ya proclamaba el adolescente
Rimbaud
en su “llamada de vida” y su “canto de acción”.
En
este Cuaderno #7 cerramos el ciclo de los Cuatro Elementos
con
El Fuego, que es en la tradición occidental y en la Cábala el
primero
de los cuatro, el atributo divino, en el plano macrocósmico
la
purificación complementaria a la del agua y, para los alquimistas,
un
elemento que actúa en el centro de toda cosa.
Hemos
seleccionado la imagen de un géiser (Tatio, en desierto
de
Atacama), porque en ese fenómeno espléndido de la naturaleza
va
más allá del elemento Fuego, el agua
emerge por el intersticio
que
deja la tierra con el ímpetu del fuego, que arde en lo profundo,
y
su calor se dispersa, suave y etéreo, por el aire
como una bruma
que
envuelve el espacio; así, el géiser nos sugiere la condensación
de
los elementos en el universo, pero, también, transcendiendo la
imagen
de la naturaleza, hallamos un símbolo de la creación
poética,
del poeta y la fuerza de la palabra que transciende su
significado.
“La
conjunción de agua y fuego es una metáfora antigua
como
la imaginación humana, empeñada desde el principio
en
resolver la oposición de los elementos en unidad”.
La
llama doble. Octavio Paz.
“Hay fuegos que […] arden la
vida con tantas ganas que
no se puede mirarlos sin
parpadear, y quien se acerca, se
enciende.”
Un
mar de fueguitos. Eduardo Galeano.
Soledad Benages
(i) Antología de poemas de Octavio Paz, seleccionados por el autor, Seix Barral, 1989
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