Después de todo solo a eso
venimos,
desde esta marcha
interminable,
desde este zócalo
en el cielo,
a construir
nuestras tumbas y desvelar aquello
que por nuestra
vida ha sido un secreto,
pues al fin y al
cabo,
cuando todo
llegue a su fin,
solo quedará
nuestro cuerpo fundido con la llanura,
y un silencio
mortal entre las hojas y el viento.
Perdido estuve
una vez,
y entre el pasto
y las flores,
encontré el
fresco aroma de los pinos,
los pequeños
tallos en mis manos eran como una forma de mi sueño,
y sentado en la
piedra,
pensé tenerlo
todo,
como si en el
viento que atravesaba el río,
el mundo mismo
transcurriera una y otra vez,
como la luna que
en su carrera por el cielo se despedía de mí
sin saber yo mi
nombre o mi pasado,
entonces salté
para llegar al cielo y tocar lo infinito,
me detuve en su
profunda inmensidad,
y atrapado entre
estrellas murmuré una canción,
brillando entre
la oscuridad descendí,
y abrí un espacio
entre la madre tierra,
donde deposité mi
cabeza para llenarla de recuerdos,
pues mi corazón
era grande,
como las raíces
que me cubrieron del frío,
uno se olvida de
quién es sin quererlo,
y entre el olvido
y la distancia
sencillamente
cerrar los ojos.
Roberto Becerra (Honduras)
Cuaderno de Poesía #10 de Poetas sin sofá
No hay comentarios:
Publicar un comentario