viernes, 10 de febrero de 2012

JUAN CARLOS MESTRE



 Salmo de los Bienaventurados

       Bienaventurado el que a los cuarenta  años aún no ha conocido la recompensa y llama virtud al cordón de un zapato, el hombre sin convicción que tumbado en la hierba pasa el día durmiendo y discute sobre el esfuerzo con los saltamontes.
       Bienaventurado el que soporta el préstamo de la verdad, el excavado en piedra y el que construido en paja es alternativamente señor de la nada y rey de un solo vasallo.
       Bienaventurado tú que sin llamarte Juan no eres otro que Juan el explícito, el padre del aire cuyos hijos heredarán los molinillos de viento.
       Bienaventurado el que ha pasado la noche con la insignificancia, porque embellecido por la privación será de él alguna vez la ausencia, el que es vecino de dos bocas, el de la voz menuda al que le falta un diente, el hombre sin pretexto que tuvo un asno, una boina, un chivo.
       Bienaventurado el que ante el argumento de la pólvora tuerce su hocico de linterna y habla alto, el que paga su aullido con la vida, el que en un instante es articulación de lobo y árbol de rodillas.
       Bienaventurado el pájaro cuyo canto despierta el corazón de una madre en las ramas de la tristeza.
       Bienaventurado el manco y su violín de oxígeno, la abeja del azúcar que liba la corteza de los licores blancos.
       Bienaventurado el viajero que vaga en lo concéntrico y traduce el límite, la fertilidad del sacrificio, la teología de las medallas de la luna.
       Bienaventurado el que emigra al borde de su amor, porque de él será la extraña fruta del animal del sábado.
       Bienaventurado el esqueleto de Rimbaud y su pájaro influyente, único héroe en el festín del cráneo.
       Bienaventurado el que ante la alusión de los espejos se vuelve pensativo y amablemente azul sus lágrimas ignora.
       Bienaventurado lo inmortal del muerto, la excusa del sombrero y su balido, el repentinamente desahuciado en el paladar de tablas de la muerte.
       Bienaventurada la golondrina de madera que le late al niño antes de conocer el sexo.
       Bienaventurado el aire de la soledad del péndulo, el manso bajo el sol y la virtud del ciego, la esponja que da de cantar su lluvia a la garganta.
       Bienaventurado el que apoyado en su bastón está toda la noche ahí y es piedra de la luz, piedra de la edad, los dos ojos del pájaro en el collar del cero.
       Bienaventurado el astro que ignora su caballo y ha cerrado el párpado, la agria lepra que arde en las arterias, la sal del paraíso.
       Bienaventurado el que condensa lutos negros, porque de él será la última soga del relámpago, el primer peldaño en la escalera del descendimiento.

"La casa roja"

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