jueves, 11 de febrero de 2016

CUADERNO DE POESÍA #7 "FUEGO". Introducción, SOLEDAD BENAGES.



EL FUEGO DE CADA DÍA (i)




                     “Fuego entre dos noches, el misterio de la poesía fluye en el agua
                  de la página. El lenguaje, parpadeo del tiempo, abre los ojos del
                  silencio”.
                                                          Octavio Paz

                “Pero los versos, oh, Degas, no se hacen con ideas sino con
                palabras”, le decía Mallarmé al pintor, que quería hacer versos
                en su tiempo de ocio “porque ideas no le faltaban”.


Gonzalo Rojas afirmaba que “escribir es el ejercicio de decir

el mundo”, “tiene como fundamento la palabra” y también que el

poeta “sabe que él es palabra”. La inspiración creadora sopla y lo

mueve todo; la poesía es praxis- para conocer y transformar- que

hace más habitable el mundo. Johannes Pfeiffer, en su libro ya

clásico “La poesía”, añade que ésta es ése “modo de verdad [que]

se ha vuelto realidad en el encanto de la forma.”



El poeta es “capaz de transformarlo [el lenguaje], crearlo,

recrearlo, incluso, destruirlo y borrarlo, en tanto que imagen y

signo…hasta llegar a la página en blanco”, afirma Rocío Durán-

Barba en “Poesía ante los abismos del mundo –poesía y política”

(2015).



Fue Mallarmé quien dijo que la palabra poética debe ser “el

vocablo que conmueva”, y ahí viene lo que ello implica: desborde,

entramado conectivo, intersticio, complejidad, activismo,

sacudimiento, conmoción y emoción.



Un principio guiaba a Octavio Paz: la palabra del poema aspira

a decir lo que nadie puede decir. El lenguaje busca el intersticio y,

en esa vacilación, obtiene el fuego de la poesía. Y su búsqueda

provoca, ineludiblemente, un retorno al silencio. “En la imagen

poética arde un exceso de vida, […] tiene sentido hablar de un

lenguaje caldeado, fogón de palabras indisciplinadas donde se

consume el ser, en una ambición casi alocada por promover un sermás…”

escribía Gaston Bachelard (1938) cuando planteaba la Poética

del fuego. El fuego y deseo de conseguir ese ser-más, mueve

a la acción y la conmoción al poeta, como ya proclamaba el adolescente

Rimbaud en su “llamada de vida” y su “canto de acción”.



En este Cuaderno #7 cerramos el ciclo de los Cuatro Elementos

con El Fuego, que es en la tradición occidental y en la Cábala el

primero de los cuatro, el atributo divino, en el plano macrocósmico

la purificación complementaria a la del agua y, para los alquimistas,

un elemento que actúa en el centro de toda cosa.



Hemos seleccionado la imagen de un géiser (Tatio, en desierto

de Atacama), porque en ese fenómeno espléndido de la naturaleza

va más allá del elemento Fuego, el agua emerge por el intersticio

que deja la tierra con el ímpetu del fuego, que arde en lo profundo,

y su calor se dispersa, suave y etéreo, por el aire como una bruma

que envuelve el espacio; así, el géiser nos sugiere la condensación

de los elementos en el universo, pero, también, transcendiendo la

imagen de la naturaleza, hallamos un símbolo de la creación

poética, del poeta y la fuerza de la palabra que transciende su

significado.

                     “La conjunción de agua y fuego es una metáfora antigua

                     como la imaginación humana, empeñada desde el principio

                     en resolver la oposición de los elementos en unidad”.

                                     La llama doble. Octavio Paz.



                    “Hay fuegos que […] arden la vida con tantas ganas que

                    no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se

                    enciende.”

                                 Un mar de fueguitos. Eduardo Galeano.



                                                                   Soledad Benages


(
i) Antología de poemas de Octavio Paz, seleccionados por el autor, Seix Barral, 1989


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